top of page

Noches de pandemia

La oscura figura se levantó y vino hacia mí, caminando despacio. Permanecí inmóvil, observando, aterrado, cómo se acercaba

José Miguel Blanco

Noches que pandemia

 

Todas las noches salgo a pasear por las calles solitarias y oscuras del casco viejo. Me gusta sentir el silencio más absoluto, la fragancia sutil de los naranjos y el frescor húmedo y agradable de la madrugada... Me fascinan las fachadas de piedra de los antiguos palacios, encendidas en ocre por sus focos cenitales, que contrastan con el azul profundo de las sombras anguladas de las esquinas y rincones. Los jardines y parques parecen selvas urbanas y los portales de las casas son cuevas sin explorar. Andújar es mágica en esta primavera de pandemia.

​

Transito los días encendido en fiebre, tosiendo y vomitando como un perro, durmiendo a ratos en el sofá y comiendo sobras del día anterior. Supongo que he cogido el virus, pero no tengo a quién contarlo. A los viejos asociales como yo no los quieren ni sus familias. Y tampoco me quedan ya muchos amigos.

​

Por las noches me siento mejor, así que me voy a la calle. Sé que, por el estado de alarma, me tengo que quedar en casa, pero es superior a mí la sensación de fuerza y poder de violar las normas. Si veo a alguien, me alejo, y si pasa un coche, me escondo.

​

Una fría noche, a mediados de abril, ocurrió algo extraño. La gente llevaba ya muchas semanas en casa, por lo que las calles estaban más limpias y desiertas que nunca. Los jazmines perfumaban el aire y algún perro abandonado ladraba lejano. No había luna, por lo que el contraste de luces y sombras era muy violento.

​

En la calle Maestra, como siempre, me detuve a contemplar la casa-palacio de los Niños de Don Gome. Me gusta su imponente fachada, dorada y misteriosa, recortada contra el cielo negro y lejano. Fue entonces cuando creí ver a alguien sentado en los bancos laterales de la plaza, observándome. La oscura figura se levantó y vino hacia mí, caminando despacio. Permanecí inmóvil, observando, aterrado, cómo se acercaba.

​

Era una mujer alta y delgada. Iba descalza y llevaba un vestido negro, pasado de moda. No había color en su cara. Pelo negro, labios grises y piel muy pálida. Solo sus ojos verdes daban color a esa silueta. Se detuvo al otro lado de la reja. Parecía cansada, pero cansada de vivir.

​

—Hola, ¿estás enfermo? —dijo con voz lenta y acento extranjero.
—Sí, creo que tengo el virus —le contesté.

​

Maldijo en su idioma, dio media vuelta y se alejó. Yo me quedé allí parado, no recuerdo cuánto tiempo, entre asustado e intrigado. Esa noche y las siguientes regresé a Don Gome, pero no la volví a ver.

​

Un par de semanas después, ya de madrugada, regresaba a casa más débil y cansado que nunca. Me llamó la atención un extraño gruñido, casi animal, que procedía del portal de un cajero automático donde solían dormir indigentes. Entré, y al fondo, arrodillada sobre un charco creciente de sangre, estaba la mujer del vestido negro, alimentándose de un pobre desdichado que aún respiraba. Me miró fijamente con sus ojos felinos, sin culpa ni temor, pero sí con cierto interés.

​

—¿Cómo te llamas? —me preguntó mientras se limpiaba la sangre de la cara con el antebrazo.
—Germán. ¿Y tú? —La fiebre me tenía confundido.
—Soy Zorah. En mi lengua natal significa amanecer. Espera que termine y te acompaño.

​

Cuando salimos de allí, el cielo ya aclaraba. Caminamos unos metros, hasta que sus pies descalzos dejaron de marcar huellas de sangre en la acera. Dimos la vuelta y nos alejamos en dirección contraria.

​

—¿Puedo pasar el día en tu casa? Tranquilo, no te haré nada, he comido suficiente. Además, estás demasiado enfermo.

​

Asentí con la cabeza, pero permanecí en silencio durante todo el recorrido. Entramos en casa, y mientras yo bajaba las persianas, ella se quitó la ropa y se metió debajo de la cama.

​

Allí me quedé, sentado y encendido en fiebre, sin saber muy bien qué había pasado. Horas después fui al banco de la noche anterior, pero estaba rodeado de gente y coches de policía, así que pasé de largo.

​

Regresé a casa con los pulmones reventados de tanto toser. Ella seguía allí, durmiendo bajo la cama. Despertó súbitamente con un gesto tenso de alerta, aunque se relajó al verme. Salió como lo haría un reptil de su refugio y se acercó a mí. La admiré con descaro y en silencio. Era una criatura preciosa, más salvaje que humana. Su cuerpo era delgado y fibroso, marcado con arañazos y cicatrices. Sus manos largas, rematadas con uñas largas y descuidadas. Desprendía un olor peculiar, como a leña recién cortada.

​

—¿Por qué no me atacaste aquella noche?
—Porque tienes el virus del que todo el mundo habla. Hace mucho tiempo cacé a una niña enferma y tardé años en recuperarme.
—¿Eres vampira, o algo así? —Le pregunté, asombrado.
—Solo puedo beber la sangre sana de alguien que no haya muerto, y necesito comer sus vísceras mientras el cuerpo está vivo. Me afecta mucho la luz y apenas envejezco.
—¿Cuántos años tienes?
—No lo sé, demasiados... pero no quiero hablar de eso. Por cierto, Germán, sabes que te estás muriendo —me dijo, cambiando radicalmente el tono.

​

Quiero pensar que esto último lo pronunció con un cierto tono de afecto, mientras presionaba levemente mi hombro con su fría mano, como queriendo confortarme. Después cogió su vestido del suelo, me miró por última vez y salió de casa.

​

SiPNOSiS

 

Un relato hipnótico que entreteje la soledad urbana, el delirio de la fiebre y el mito vampírico en un tono íntimo y melancólico. En una Andújar desierta por la pandemia, la enfermedad, el miedo y el deseo conviven como si fueran la misma cosa. Zorah es una presencia extraña y cautivadora, que aparece sin aviso y trastoca las noches del protagonista con una calma inquietante. El ritmo pausado contrasta con la crudeza de algunas escenas, y eso lo hace aún más potente.

​

Algunas reacciones tras su publicación en redes:

​​

Me ha encantado.” — Alfredo Ybarra
Es que eres único.” — Mariadelmar Sabariego Toribio
Enhorabuena a todos los que lo habéis hecho posible.” — M Teresa Ruiz Ballesteros
En Andújar, ciudad de escritores y artistas.” — Francisco Criado
Artista. Está genial como todo lo que haces.” — Alejandro Echevarría Casado
Deseando tenerlo. Enhorabuena.” — Isabel M. Álvarez Serrano​

​

Mi aportación lleva por título ‘Cuento de una cuarentena’. ¿Y si esta pandemia fuera una de las consecuencias de esa élite que mueve el mundo desde la sombra?
— Félix Marina Buytrago

​

Andújar, 2020. Publicado como colaboración en el libro Crónicas de una cuarentena, de Ateneo Andújar, un libro coral escrito durante el confinamiento, con la participación de diversos autores y autoras. 

La ilustración que acompaña este relato representa a Zoran en el patio del Palacio de los Niños de Don Gome.

​

bottom of page