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La modelo polaca

Juan, luchando contra su ansiedad, la observa desde lejos, oculto tras los altos caballetes de madera que parecen mástiles de barcos frente a una batalla

José Miguel Blanco

La modelo polaca

 

EL MAPA DEL INFIERNO DE DANTE

Dante, en el segundo círculo de su Mapa del Infierno, se detiene ante las almas penitentes de Francesca de Rimini y Paolo Malatesta, girando ambos eternamente en el violento torbellino de cuerpos desnudos al que Minos los ha condenado por sus pecados de amor lujurioso.

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Los amantes escapan por un instante de la violenta vorágine de los espíritus muertos por amor. Francesca, conmovida y bella, se lamenta ante el poeta por su tormento:

"Amor, que de un corazón gentil presto se adueña,
prendó a aquél por el hermoso cuerpo
que quitado me fue, y de forma que aún me ofende.
"

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Dante, vencido por la pasión de los amantes penitentes, cae frente a ellos desmayado:

"Mientras el espíritu estas cosas decía,
el otro lloraba tanto que, de piedad,
yo vine a menos como si muriera;
y caí como un cuerpo muerto cae.
"

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EL TALLER DE DIBUJO

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Juan, solitario e inseguro por su cojera, es víctima de un grave complejo de Licea —o venusfobia—, que le genera pánico a las mujeres hermosas. Cada tarde se refugia en la Escuela de Arte, donde dibuja las polvorientas escayolas de los grandes desnudos femeninos de esculturas clásicas que pueblan las altas paredes del aula.

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Está obsesionado con una de ellas, El beso, el mármol que Rodin labró para su grupo escultórico La Puerta del Infierno, inspirado en La Divina Comedia de Dante. Paolo Malatesta besa a su joven amante Francesca, instantes antes de que Giovanni —esposo de ella y hermano de Paolo— les dé muerte, condenándolos así a vagar eternamente por el infierno, penando su pecado de lujuria.

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Juan ve en esa escultura la representación del amor eterno y carnal que él nunca alcanzará. Repite obsesivamente el mismo dibujo todos los días, viéndose a sí mismo reflejado en Paolo, al que odia con locura. Es lo más cerca que estará jamás de una mujer hermosa.

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LA MODELO POLACA

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Dos tardes a la semana, en el aula de dibujo hay taller de desnudo. La modelo es Franciska, una bellísima chica polaca que siempre entra deprisa, descalza y vestida solo con una pequeña blusa sin botones. Cuando posa —ya desnuda— permanece grácil pero inmóvil, con la mirada fija en ninguna parte.

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Juan, luchando contra su ansiedad, la observa desde lejos, oculto tras los altos caballetes de madera que parecen mástiles de barcos frente a una batalla. Para superar sus fobias intenta ver en la modelo una figura de escayola más. Eso le permite montar su bastidor con calma, clavar las cuatro chinchetas en las esquinas del papel Ingres y empezar a dibujar.

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Desde el fondo del taller controla su pánico, trazando con agilidad curvas y sombras con el carboncillo. En esos momentos fugaces disfruta de una sensación real de posesión sobre la modelo. Siente que le pertenece, que está allí solo para él: desnuda y frágil, hermosa y sumisa. Se recrea en cada forma de su cuerpo y en cada curva de su pelo. Con trazos finos dibuja los tatuajes de la cadera, con la yema de los dedos difumina las sombras de los muslos, saca reflejos al volumen de los pechos, acaricia su cintura, rodea su cuello…

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El éxtasis se interrumpe cuando la modelo se relaja. Cada quince o veinte minutos baja de la tarima, enciende un cigarrillo y conversa desnuda con los alumnos más cercanos. En esos momentos Juan enloquece de celos. Completamente derrotado e infeliz, se derrumba frente al caballete y, con trazos negros y compulsivos, ultraja el rostro del dibujo.

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Cuando la chica regresa a la tarima, él ya ha montado otro papel y comienza un nuevo dibujo… que también destruirá media hora después. Todo acaba tras el quinto y último cigarrillo, cuando la modelo abandona el taller despidiéndose con la mirada de algún chico, mientras se pone la blusa. Juan es ahora un hombre destrozado, que la observa alejarse descalza, con ojos de loco, mientras recoge del suelo sus papeles rajados: un brazo, un pecho, la salamanquesa tatuada en el interior del muslo, la cara emborronada en negro…

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EL BESO

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De noche, al cierre de la Escuela de Arte, Franciska sale del almacén de las viejas esculturas, donde se ha estado escondiendo. Desnuda e iluminada solo por la luz de luna que entra por las altas ventanas, baja al aula de dibujo, donde la espera Pablo, alumno de la primera fila de caballetes. Susurrándose en idiomas distintos, él la toma de la cadera mientras ella lo rodea con el brazo, fundiéndose ambos en un beso apasionado e interminable.

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Alarmada, Franciska abre los ojos al escuchar los torpes pasos de un bastón sobre el suelo de madera, cada vez más cercanos. Sin tiempo a separarse, ambos mueren degollados del mismo tajo. Juan recoge a la modelo, la sube a la tarima, acerca su caballete, monta su bastidor con calma, clava las cuatro chinchetas en las esquinas del papel Ingres y empieza a dibujar.

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SiPNOSiS

 

Una doble narrativa que alterna noche y día, cuerpo y mente, ternura y violencia. María es madre, amante, víctima y guerrera. A veces duerme con los ojos abiertos y otras despierta con los ojos cerrados. Bajo la piel conviven la poeta y la bestia, la herida y la que muerde. En este relato, lleno de ritmo y contrastes, el dolor se vuelve deseo y la fragilidad se disfraza de fuerza. Un retrato íntimo, sucio y luminoso de una mujer partida en dos.

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Algunas reacciones tras su publicación en redes:

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Impresionante, maravilloso y profundo. Al final de su decrépita vida, rozando la belleza de la muerte, ya era para él solo.” — Gloria Bellido
El lienzo de tus palabras es intenso y sutil. Me encanta. Y soy fan de Dante, menudo personaje.” — Prado Galán
Es todo un lujo leerte. Este es sensacional. Me dejas con sabor a más.” — Soledad Martínez Uceda
Gracias por compartir con nosotros tanta belleza literaria.” — Natalia Caramelo Iglesias

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|   “Me quedo con esa comparación tan gráfica y sugestiva entre los caballetes y los mástiles.”  — Rocío Rubio Garrido

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Ciudad Real, 2018. Publicado en Facebook. 

Este relato contiene referencias al Infierno de Dante Alighieri, a la escultura El beso de Auguste Rodin y al concepto de “venusfobia” o complejo de Licea, como trastorno imaginario del deseo y la culpa.

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