María Cristina
El establo apestaba a muerte. Todos los caballos agonizaban, destripados y con los ojos desencajados, inundados de sangre y lágrimas. Cangrejos rosas entraban y salían de sus cuerpos; cientos de cuervos negros peleaban por los despojos, y fuera, los mastines ladraban como demonios.
La frágil niña pálida entró despacio, moviéndose entre vísceras que parecían anguilas vivas y aspirando el vapor espeso que ascendía de los charcos de sangre y excrementos. Pies descalzos, ojos naranjas, pelo negro, boca roja y estridente música de chelo. Parecía buscar algo entre ese espantoso caos, oníricamente iluminado por los reflejos blancos de luna llena que se filtraban entre las vigas rajadas del techo.
Vio algo brillar, enredado en las crines de la cabeza cortada de una yegua negra. Era el piercing con crucifijo de plata que perdió allí mismo la noche anterior, cuando copuló con el macho cabrío. Lo cogió, desgarró el vestido y se lo colgó de un pezón.
Cansada de vivir, pero bendita e inmortal, salió de allí, perdiéndose en el bosque, camino de una nueva aldea.
SiPNOSiS
En un establo apocalíptico, entre vísceras, cuervos y chelos, una niña pálida busca un recuerdo sagrado en medio del horror.
María Cristina es una visión oscura y onírica sobre la muerte, el deseo, la inmortalidad y la huida. Una alegoría intensa, a medio camino entre lo bíblico y lo bestial.
Algunas reacciones tras su publicación en redes:
“Sublime, como todos… chapó.” — Mari Ángeles Fernández
“Parece que estés viviendo el momento en cada uno de tus relatos. ¡Lo haces tan bien!” — Mariangeles Pedmu
“Puede ser un volver a empezar. Al menos así lo interpreto yo.” — Mariceli López Blanco
“Un instante, una imagen.” — Holden Caufield
| “Lindiiiiiiiiiisiiiiiimo. Me chiflas demasiado, José, eres muy grande pero que mucho.”
| “Ohhh… mil gracias, tesoro. Me ha encantado el relato, y qué decir del retrato. Eres un poeta y artista. ¡Gracias, gracias y más que gracias!”
— María Cristina, protagonista del relato
Ciudad Real, 2016. Publicado en Facebook.

