Deseo, locura, muerte y honor
De niña se clavaba alfileres hasta sangrar, escribía blasfemias en su cara y paseaba desnuda por los pasillos del internado. Cada gesto en ella, sin pretenderlo, era sexual, con el placer escrito en su rostro.
Sus compañeras tenían miedo de su mirada y envidiaban su libertad. Las monjas la disciplinaban, primero con privaciones y más tarde con azotes de fusta, siempre 17, que Maite recibía con lágrimas de placer.
Al cumplir 17 años conoció a Chiai, la preciosa hija del cónsul japonés.
- ¿Qué significa tu nombre?
- ‘Amor eterno’, que siempre seré querida.
- Pues yo te querré toda la vida.
- ¿Y el tuyo?
- Maite, es vasco. Significa 'mujer amada'.
- Pues yo te amaré toda la vida.
Las expulsaron al encontrarlas follando en la pista de pádel, un domingo por la mañana.
Meses más tarde, al amanecer de un martes 17, Chiai, su único amor verdadero, la abandonó tras otra noche tormentosa, discutiendo sobre egoísmo, posesión y locura. Maite comprendió, con las únicas lágrimas de tristeza que dejó caer en su corta vida, que ese número le conduciría a la muerte.
El declive comenzó con pequeñas tonterías: dar 17 pasos lentos sin respirar, arrancarse 17 pestañas con las uñas, beber 17 tragos seguidos de tequila… Su obsesión se volvió locura el día en que ella misma se tatuó un uno y un siete invertidos, de forma que solo los leía reflejados en el espejo. Esos números le daban órdenes y la sometían. El uno era más amable y cínico; el siete más extremo e impredecible.
Sus acciones eran cada día más brutales y compulsivas: 17 salvajes latigazos el lunes, 17 orgasmos hasta sangrar el martes, 17 cortes de cuchilla el miércoles, 17 agujas atravesando sus pechos el jueves, 17 cigarrillos apagados en sus muslos el viernes... El sábado se tiró a 17 tíos y el domingo a 17 tías. El lunes, completamente exhausta, envió 17 poemas de perdón a su ‘amor eterno’.
Al amanecer del martes 17 Chiai encontró a Maite desangrada en la bañera. Humillada por la culpa se sentó de rodillas junto a su ‘mujer amada’, ceremonialmente se ató las piernas con un lazo y, mirando hacia la puerta, se cortó el cuello.
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SiPNOSiS
Una historia marcada por el deseo, la transgresión y un número que lo arrastra todo. Desde su infancia turbulenta, Maite ha vivido al margen del pudor y la norma. El amor por Chiai, hija del cónsul japonés, se convierte en una pasión brutal y condenada, cuyo eco se repite con obsesiva precisión: 17 pasos, 17 golpes, 17 cuerpos, 17 poemas. El dolor como ritual, el sexo como liturgia, y la muerte como único destino posible.
Un relato sobre la belleza destructiva de la locura, el amor absoluto y el extraño consuelo del honor.
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Algunas reacciones tras su publicación en redes:
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“Ufff Enhorabuena y gracias x contar conmigo. Escalofriante...bello....transparente...pura realidad.” — Yolanda Sevilla
“Me encanta. Este primero del verano deja ganas de más.” — Soledad Martínez Uceda
“Como siempre, sin defraudar ni una sola línea.” — José Pedrajas
“Vuelves a sorprenderme. Siempre he defendido que escribir un micro es más complicado que enfrentarse a un cuento. En tan pocas líneas construyes un universo.” — Rocío Rubio Garrido
| “Madre mía… Nos dejas como cuando echas un polvo: siempre con ganas de más y mejor. Me encantó. Manteniendo la tensión hasta el final, superando expectativas.” — Lourdes Gómez Toribio
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Ciudad Real, 2016. Publicado en Facebook.
​El número 17 atraviesa este relato como un símbolo: obsesión, destino, condena o redención. Su interpretación, como la del dolor o el deseo, queda en manos de quien lee.
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