Atadas
No sabía combinar bien su ropa, no entendía de modas ni le importaban. No cuidaba su línea, no se miraba en los espejos, no escondía sus tatuajes. Salía a la calle descalza y sin dinero. No hablaba con la gente. Siempre olía a jabón de jazmines y le gustaba caminar con los ojos cerrados.
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Cada noche leía un libro de poesía, cada semana llevaba el pelo de un color distinto y jamás se sentaba en el mismo banco de la biblioteca. Siempre estaba haciendo fotos, siempre estaba escuchando música, siempre estaba sola. Los chicos la codiciaban y las chicas la envidiaban. La veían bella y mágica, hipnótica y genial, fascinante, inalcanzable... pero ella se quería morir.
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No encontraba sentido a su vida, no se conocía a sí misma, no era feliz ni infeliz. Solo hallaba consuelo apretándose gomas elásticas en los brazos, en los muslos y en el pecho. Cuando ya no le circulaba la sangre, las cortaba. Conseguía placer viendo las marcas en su carne y presionando sobre ellas. Entonces podía dormir.
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Un día fijó su cámara en una chica tatuada, de piel muy blanca y huellas de cuerdas en brazos y tobillos. También parecía triste y ausente. Le tiró fotos durante un mes hasta que se atrevió a hablar con ella. Se miraron, se comprendieron, se enamoraron.
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Una noche sin luna encendieron velas y bebieron vino. Colocaron la cámara fija y se ataron. Leyeron juntas Annabel Lee, de Poe, y escucharon Lacrimosa, de Mozart. Colgadas de las cuerdas hicieron el amor, suspendidas hasta la muerte, etéreas, felices, infinitas.
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SiPNOSiS
Ella caminaba por el mundo como un poema sin rima: libre, bella, sola, rota. Su cuerpo hablaba en tatuajes, sus noches en versos y silencios. Hasta que encontró a otra como ella: marcada, ausente, irresistible.
Atadas es un relato sobre el amor entre dos almas suspendidas en el abismo, donde el dolor se convierte en arte y la muerte en un acto de belleza.
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No fue casual que estas dos mujeres escogieran el Lacrimosa de Mozart antes de su suicidio por amor. Mozart murió componiéndolo. El último fragmento que escribió antes de morir dice así:
“Judicandus homo reus” (El hombre culpable será juzgado).
Annabel Lee también fue el último poema completo que escribió Edgar Allan Poe antes de su temprana muerte (¿suicidio, drogas, alcohol?). En sus versos finales:
Pues la luna nunca brilla sin traerme el sueño
de mi bella compañera.
Y las estrellas nunca se elevan sin evocar
sus radiantes ojos.
Aún hoy, cuando en la noche danza la marea,
me acuesto junto a mi querida, a mi amada;
a mi vida y mi adorada,
en su sepulcro junto a las olas,
en su tumba junto al rugiente mar.
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​Ciudad Real, 2016. Publicado en Facebook.
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